Hace mucho tiempo, en el pasado, mi forma de querer siempre tuvo un límite por debajo de la indiferencia, nunca se basaba en protocolos ni en payasadas, en ese entonces mis amores fieles siempre fueron mis mejores amigas, mi actitud arrogante siempre sujetaba el ego de mi dulce orgullo al mirar de frente. Yo tenía una novia, me quería con tanta pasión, que no pude resistir la tentación de ser malvado. Me la pasaba disfrutando de la traición, del humo del cigarrillo, del capricho, la impuntualidad, la mentira gratuita junto con la bebida costosa, los amigos y el engaño, ella lloraba en secreto, cuando yo no la veía, pues sabía que su llanto me fastidiaba.
Pero un día, un incidente que no quiero ni recordar, me despertó el temor de perderla, y como el amor crece con el miedo, mi conducta cambió. Me fui haciendo bueno, algo dócil, quise pagar el daño que había hecho y empecé a vivir para ella. Me hice sabio y generoso, sólo para merecer su amor. Pero un día me dejó. No te quiero más, me dijo, y se fue. Supliqué un poco, sólo un poco, porque era bueno, volteó su mirada y me dijo, "muy pronto tendrás paz en tu infierno mi niño", después de eso me puse a esperar la muerte sentado en el umbral.
Fue un diciembre simple, sin color, llenos de celos y mucho dolor. Llegué a pensar que seguramente me había dejado por otro. Decidí averiguarlo. Indagué a los amigos comunes, pero todos afectaban un gesto de lástima y un aire de trabajosa indiferencia. Resolví seguirla. Pasaba las noches acechando su puerta. Durante el día, me apostaba en la esquina de su colegio. El resultado de mis pesquisas fue nulo. Mi novia se desplazaba por circuitos inocentes. Perdí mi empleo, mi salud mental y hasta mis amistades. Mi vida era una perpetua vigilancia. Después de eso, pasaron largos cuatro meses sin que nada ocurriera. Hasta que una noche la vi salir de su casa con aire decidido.
Tuve el presentimiento de que iba a encontrarse con un hombre, tal vez porque estaba demasiado linda. La seguí entre las sombras y vi que se detuvo en una esquina, en aquel andén que yo conocía muy bien. Me escondí en un portal. Ella se detuvo y esperó, esperó mucho. Cerca de una hora después, apareció un hombre alto, oscuro, soberbio. Algo familiar había en su paso. Ella intentó una caricia, pero él la rechazó. Inmediatamente comprendí que el hombre se complacía en verla sufrir y amar al mismo tiempo. Se trataba de un sujeto diabólico. Cada tanto, me llegaban ráfagas de una risa vulgar. No podía concebirse un individuo más vil y detestable.
Caminaron. Tomaron un rumbo que no me sorprendió. Al llegar a la luz de una avenida, pude ver que aquel hombre era yo. Yo mismo, pero antes. Con el desdén cósmico que tanto me había costado borrar del alma, con la maldad de mis peores épocas. Con la impunidad de los necios.
No pude soportarlo. Pensé en cruzar la calle y pegarme una trompada, pero me tuve miedo. Quise gritar, ordenarme a mí mismo dejar tranquila a aquella chica. Pero el imperativo no tiene primera persona y no supe qué decirme. Se detuvieron un instante y pasé delante de ellos. Ella no me vio. Yo sí me vi. Me miré a mis ojos con un gesto de advertencia. Después los perdí de vista y me quedé llorando.
Una pequeña historia de mi vida.
(Florencia, Caquetá) 10-Marzo-2012
Colaboración de Michael Ramón
Colombia